AVISO: OFERTAS DE EMPLEO Y CURSOS, AL FINAL, tras la canción/video.
OJO: SI ESTÁS LEYENDO ESTA ENTRADA Y NO LEÍSTE LAS ANTERIORES, QUIZÁ DEBERÍAS EMPEZAR POR LA PRIMERA (es la cuarta entrega)>>pincha AQUÍ
El fantasma se acercó despacio, solemne, alto, majestuoso, bajo un ropaje misterioso que ocultaba su rostro. Scroodge, nuestra trabajadora social, se arrodilló ante él porque sólo su visión emanaba desolación. Esta vez el temor sí se adueñó de ella.
- ¿Eres el fantasma del futuro?- El fantasma no respondió. Únicamente levantó la mano y señaló hacia la puerta
- ¿Has venido a mostrarme lo que no ha sucedido pero sucederá más adelante?- el fantasma inclinó la cabeza asintiendo, pero ni una sola palabra salió de la espectral figura.
- ¿Has venido a mostrarme lo que no ha sucedido pero sucederá más adelante?- el fantasma inclinó la cabeza asintiendo, pero ni una sola palabra salió de la espectral figura.
- Fantasma, te tengo más miedo a tí que a ningún otro de tus compañeros... ¡pero sé que me mostrarás algo que, con mi empeño, igual pueda conseguir que no suceda!-
No hubo contestación. Únicamente la mano señalaba hacia la puerta. Scroodge, apesadumbrada, decidió cruzar el umbral de la puerta en espera de aquello que el espectro quisiera mostrarle esta vez.
No hubo contestación. Únicamente la mano señalaba hacia la puerta. Scroodge, apesadumbrada, decidió cruzar el umbral de la puerta en espera de aquello que el espectro quisiera mostrarle esta vez.
De repente se encontraban ambos, fantasma y Scroodge, detrás de unos vecinos, que se despachaban en medio de una acera cubierta por la nieve.
- ¿Así que ya no están ahí?
- No, claro, para lo que hacían...
- Es que, menuda cara, un trabajo para toda la vida, pagas extras, y a la tres y media, oye, es que se les caía el bolígrafo...
- Pues eso, como cobraban una pasta, con eso ahora comemos unos cuantos, al menos eso es lo que dijeron el día que abrieron el comedor social.
- Pues eso: para lo que hacían...
Scroodge no adivinaba el motivo de la conversación, a pesar de que suponía que algo tenía que ver con ella. Miró al fantasma, y, sin verle la cara, pudo sentir unos ojos invisibles mirándola, lo que le hizo notar un intenso frío en su interior. Nuevamente, señaló hacia otro lugar. Un banco habitado, en la calle.
En él, un hombre tumbado. En su mano envejecida por los años y los acontecimientos, una carta del ministerio: el escudo de Instituciones penitenciarias en un ángulo del documento. Tras una retaíla de puntos describiendo varias sentencias, un "RESUELVO", que, como una maza, señalaba una fecha de ingreso más abajo. Le pareció conocerle. Los años habían pasado, pero Manuel seguía conservando sus rasgos a pesar del deterioro.
- ¿No había ingresado en un centro para desintoxicarse? ¿Acaso al salir se encontró sin ingreso y se dedicó a lo que no debía? ¿Tuve algo que ver?
El fantasma, nuevamente, inclinó la cabeza sin articular palabra, señalando otro documento. Otro "RESUELVO" seguido de un "Suspensión cautelar de la Renta Mínima por no acudir al centro de Servicios Sociales mensualmente, según ha comunicado su trabajador social".
Scroodge sabía lo que podía haber pasado. Sin saber que estando ingresado en el Centro de desintoxicación, ella había comunicado a la Comunidad sus faltas de asistencia... sin dilación... y todo por no haberse parado a escucharle en una de esas visitas sin cita... Scroodge sintió un frío estremecedor y miró al fantasma que, mudo, parecía mirarla de nuevo.
Ahora el dedo del espectro parecía apuntar hacia una casa próxima.
Al instante se encontraban dentro. La casa de aquel que la intentó engañar. Aquellos niños debían ser ya mayores, y por las fotos de la estantería, uno había sido padre. La televisión encendida: el matrimonio, con unos cuantos años más, la miraban entristecidos. Esta vez era su hijo el que salía en el programa de las miserias. Pedía para comer. Cada vez que un solidario ciudadano se estiraba, la audiencia hacía una ovación...
Pero el fantasma no se detuvo demasiado ante la escena: en un segundo atravesaron la pared. Otra vivienda vacía. La de aquella extranjera. Un comprobante de compra de un billete sobre la mesa. "BILLETE DE RETORNO", junto a una denuncia por abandono de hogar en comisaría: todo parecía indicar que aquella chica, finalmente acabó con su dolor... en su país. Donde jamás será operada. Lo más probable es que tuviese que regresar, ya que nunca vió la codiciada tarjeta sanitaria. Unida a todos los problemas de salud, una noche, Edgar se marchó, abandonando a ella y a su hijo (al menos eso ponía en la denuncia).
Probablemente volvió a Servicios Sociales. Finalmente regresó, al lugar donde algún familiar pudiera atender a su hijo, ya que ella, en poco tiempo, acabaría inválida. En la esquina de la casa, varias bolsas de basura repletas de tapones de plástico.
- La recogida de tapones no debió ser suficiente... tuvo que irse- murmuró Scroodge.
Esta vez apenas podía hablar del nudo que tenía en la garganta. Nuevamente miró al silencioso fantasma. Notaba su mirada inquisitorial. Y, como de costumbre, señalaba hacia otro lugar. Caminando por la nieve, llegaron al centro.
La puerta estaba cerrada. Ningún letrero a su alrededor. Silencio. El despacho, vacío. Ya nadie iba por allí. Una carta del concejal pegada en el corcho explicaba el cierre.
Otro "RESUELVO". Tras él, una larga ristra de artículos que Scroodge leyó con ansiedad. Se daba cuentas: "tras la aprobación del último plan de sostenibilidad se elimina definitivamente la partida económica "Capítulo 1"". Vamos, lo que viene a ser "personal" -aunque no lo explicaba- : a cambio, del sueldo de los funcionarios del Centro, se daría de desayunar a cuantos vecinos mostrasen el certificado de pobre, en el mismo centro, y, además, la primera comida sería inaugurada por el Señor Concejal, claro. A cambio, explicaba la misiva, para el que quisiera asesoramiento, se ofrecía un número 902, donde un profesional les atendería cómodamente, desde casa, "y sin desplazamientos", y añadía " para quienes no tengan suscrita una póliza de seguro anticrisis" finalizaba el edicto.
Scroodge pudo ver papeles en las estantería de los que ella salía usar para las prestaciones. Nada quedaba ya de ello. Ya no había trabajadores sociales. Tampoco atención primaria, ni Servicios Sociales.
Nuestra trabajadora social suplicaba al espectro una y otra vez volver a casa. Se juraba que iba a cambiar, que no continuaría, al menos, siendo una simple espectadora. Tal era su insistencia, arrodillada, que el fantasma se lo concedió. Scroodge se vio sola, en la cama. Con los ojos inundados en lágrimas. Pero algo había cambiado en su interior...
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Os dejo aquí: la semana que viene, el desenlace... podréis ver las consecuencias que tuvo tanta aparición... con el año nuevo... quizá Scroodge decida cambiar algo... y evitar un futuro TAN demoledor...
Ánimo. Aprovecho para desearos una Feliz entrada de año, repleta de ilusiones y fuerzas. Las necesitaremos. Todos y todas.
Nacho
Mi recomendación musical de la entrada: una con mucha fuerza que se usó para aquella serie de "Aquellos maravillosos años" y que me pega con lo contado hoy... Joe Cocker y With a Little help from my friends.
DE NUEVO ENHORABUENA NACHO!!!!! Lo lei en cuanto lo publicaste el lunes y quise comentarlo en ese momento. No he podido hasta ahora pero no quiero dejar de felicitarte en este inicio de AÑO 2014 y especialmente agradecerte tu constancia y compromiso con nuestra profesión. Mis deseos `para este nuevo año es que todos y todas sepamos ver como renovar y revitalizar nuestra intervención profesional en un contexto politico social adverso. Estoy segura que tus aportaciones nos ayudaran a muchas y muchos a reflexionar, a encontrar y recuperar mejores formas de intervención. Te felicito por las partes ya publicadas y espero ansiosa el desenlace pendiente.Un fuerte y crujiente abrazo para ti y seguidores del Blog y un esperanzador AÑO 2014.
ResponderEliminarMuchas gracias, Berta, realmente es un placer poder compartir tantas ilusiones con tanta gente. FELIZ AÑO. ¡A por él!
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